sábado, 20 de noviembre de 2010

Capítulo primero (3 ª entrega) - "La edad de la Tierra"


“Overview by plane of Île des Pins, New Caledonia” de Teuse, bajo licencia de Creative Commons

Desde la arboleda a su espalda, Wanaro gritó:
— ¡Patrón, mira patrón! ¡Patrón Otto! ¡El barco saltó los árboles. Cuelga de un pino!
Hans Holb se levantó y se dirigió hacia el bosquecillo de pinos. Un pequeño velero, de no más de doce metros de eslora, había encallado entre las ramas de unos pinos, entre jirones de ropas, velas, cabos y amarras. Arrastrado hacia la playa en el reflujo de la ola quedó atrapado entre las ramas, pensó Holb. Su mirada se dirigió al casco, a la orza. Parecían en buen estado, pero había perdido todo el aparejo. Se acuclilló entrecerrando los ojos, mirando la pala del timón que había perdido un trozo, como una dentellada de un tiburón celoso. Sin cambiar de posición, llamó a Wanaro que se acercó a su lado.
—Escucha, macaco. Ve y busca unos diez hombres. Diles que Otto necesita su ayuda. Pero, ojo, no deben enterarse los forasteros. Deben traer cuerdas fuertes, tantas como puedan, también una sierra para cortar esas ramas.
—Vamos a bajar ese barco de ahí ¿verdad patrón?
—Claro que sí. Wanaro es un chico listo. Anda, corre y no olvides que es un secreto para los médicos y, sobre todo, para los periodistas. —Le dio un azote cariñoso en el trasero. — Ahora corre, valiente.
Tras un par de horas, que Hans utilizó para retirar todo rastrojo de la zona de operaciones, cortando algunas ramas bajas y eligiendo diferentes troncos de pino como puntos de anclaje de entramado que pensaba montar, aparecieron los hombres bajando con Wanaro desde el promontorio que separaba las dos bahías: Bahía d´Oro al norte, Bahía Upi al sur donde les esperaba el alemán que había organizado los auxilios y había salvado tantas vidas.
Llegados frente a Holb, arrojaron los pertrechos al claro que éste había preparado. Eran catorce hombres y habían conseguido un tractel manual con sus cadenas, desmontado de algún garaje y un cabestrante de los restos de algún todo terreno, pero no había ningún grupo electrógeno para utilizarlo. En media hora los hombres treparon por los pinos y ya habían asegurado firmemente el casco y habían preparado unos puntales sobre los que descansaría en su descenso sin que la orza apoyase y pudiera sufrir algún daño. Ya se podían ir cortando las ramas sin más. Al rato, el alemán probó la respuesta del timón. El gobernalle estaba partido y fuera de su guía y tras empalmarlo e insertarlo pudo comprobar que la pala respondía perfectamente a las ordenes de la rueda. El casco estaba preparado para ser arrastrado sobre unos maderos hasta el agua y allí lo dejaron amarrado. Era imposible arreglar el motor y tampoco tenían combustible. Un nativo avisó que había visto varios barcos con el casco destrozado pero con la jarcia en buen estado. Partieron, ya casi de noche, seis hombres. El resto improvisó un fuego y pusieron a secar las colchonetas del barco. Aprovecharon la tenue luz de una lámpara de queroseno y trabajaron en los herrajes de la cubierta del barco. Holb adecentó el camarote y allí acostó a Wanaro entre cabos y trozos de velamen. Luego pidió a los hombres que se retiraran con sus familiares heridos. Al alba continuarían el acastillaje del velero.
La SMA (Scientific Misconduct Agency), agencia de seguridad que investigaba delitos relacionados con el espionaje y fraude científicos en EUU ya tenía identificado al personaje, de alias Otto Müeller, que apareció en las noticias sobre el tsunami de Nueva Caledonia. Se trababa de Hans Holb, físico investigador pero implicado desde hacía más de veinte años en multitud de asuntos turbios por todo el globo: su última aparición en EEUU se saldó con destrozos vandálicos en un restaurante en California con heridos de cierta consideración. No tenía allí ninguna causa pendiente pues fue expulsado del país con un pacto de silencio mutuo. Pero en su siguiente destino, mató en un enfrentamiento a uno de sus mejores agentes en oriente. Ocurrió en la biblioteca del Cairo y el agente buscaba el punto exacto donde cuatro milenios antes se produjo la anomalía cuántica que causó el trasvase de cuerpos entre dos universos paralelos que no tenían nada en común: el del hombre y el de los gatos. Hans Holb selló ese punto. Decidieron mandar un equipo y alertar a los servicios de inteligencia franceses. En una isla devastada y aislada, parecía una pieza fácil de capturar.
La Europol dio antes con las posibles causas pendientes de Hans Holb con la justicia de sus países. Las causas y los seudónimos eran incontables, pero todas habían prescrito y los alias caducado. La última, esta vez sin pseudónimo había sido en España, donde Holb había conseguido la doble nacionalidad. Era la destrucción parcial del Palacio de Peñacerrada en la ciudad alicantina de Mutxamiel. El delito de destrozos vandálicos y demolición estaba a punto de prescribir, pero quedaba un asunto más feo: al alemán se le relacionaba en una denuncia por testigos presenciales con el secuestro y desaparición de Valentina, hija natural de la antigua cosmonauta de la URSS, Valentina Vladímirovna Tereshkova y de D. Valentín Rocaforte, miembro del Colegio de Ilustres Notarios de Madrid. Decidieron mandar orden de busca y captura internacional empezando por la policía de fronteras francesa.

1 comentario:

Francesc Cornadó dijo...

Sigo leyendo y continuo en este viaje con Hans Holb. Que sea larga la travesía.

Salud

Francesc Cornadó