miércoles, 8 de diciembre de 2010

Un adiós

Cruza la calle, ensimismado en un modelo antropomorfo, matemático, para describir el estado artrítico y dolorido de su voluntad. Un coche de bocina déspota se le atraviesa. Ignora a su embravecido conductor por inicuo y brutal, una anomalía genética sobrevenida, el estándar global.

.....Le duelen las articulaciones de la recordación, la diagnosis, la presunción: siente por primera vez el dolor mecánico del pensamiento. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? La geometría multidimensional del aburrimiento y del hastío: la serie idéntica a sí misma del subconsciente y su morbidez, los infames convencionalismos, las idolatrías sociales, las iconoclastias sociales; los ritos anímicos. El auge y apoteosis de toda esa naturaleza muerta. Internet: la mierda, la emperatriz invertida del Tarot.

.....Compra la barra de pan, vuelve y contempla el aparador: naranjas murcianas, clementinas de Nules, cordiales de almendra, queso fresco de cabra, uvas de Monforte y dátiles de Elche. Si su mente imprimía sus leyes a la naturaleza, aquí está su mente exhausta y levantina. Si fuera al revés, está muriéndose, desgajado de la savia mundana: una mera probabilidad de las secuencias de los acontecimientos que han precedido a este mismo instante.

.....Se decide a dormir y luego a despertarse. Poda en el jardín, dando volubles geometrías a los ficus benjamina. Se sienta en el porche y lee a Pascal: “la contradicción no es prueba de falsedad, ni la falta de contradicción, prueba de verdad”. Le alivia: su pensamiento se va decantando, reduciendo, precipitando; como la elegante fórmula matemática que escribe en una hoja del opúsculo de Pascal. Se despide apaciguado y su mano suelta el librillo sobre un charco de lluvia que disuelve en volutas azules su mundo independiente.

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