viernes, 24 de septiembre de 2010

Rataparda

Hace un tiempo, y no pienso abrir el calendario, escribí una carta de amor en un espacio ideado y primorosamente coordinado por Danik Lammá dedicado a ese imposible y abominable asunto del amor. Aquí lo dejo:

Querida Rataparda,

Mi rata común, te escribo estas líneas desde este rincón de mi alcantarilla, donde me atrajo la tenacidad depredadora de los plenipotenciarios de la miseria, pagados de votos utópicos y de la perdición del buen sentido. Como Rataparda te conocen ahí arriba y eres para ellos un indeseable y molesto roedor, pero yo siempre te vi guapa y esbelta y un poquito pizpireta con tus andares precisos a veces; inquietos y sin rumbo en otras ocasiones, en las que me causabas una profunda desazón. Yo te prefiero sin dudas, amorosa y roedora de mi vientre hinchado y pútrido.
Tu noble ascendencia China no llegó a Francia hasta el siglo XVIII. Eso impone un estilo, una marca indeleble y elegante, de tintes liberales y republicanos. Ya te lo he dicho varias veces, “realmente” — ¿qué te parece?—me imponías respeto. Dicen que tus tatatatararchiabuelos vinieron acompañando al ejército de Napoleón en su invasión de España. Yo me lo creo, de Francia venía la razón y el fin del antiguo régimen y lo mejor de todo: tú, la rata común, alivio de mi soledad y visitadora de mis entrañas.
Fíjate que dicen que ya sois más ratas que habitantes humanos en las ciudades y los campos, aunque ninguna alcance tu bondad y tu belleza. Yo lo celebro porque esa mayoría puede traer la bondad al futuro, aunque mi despojo no llegue a vivirlo. En cualquier caso, vosotras las ratas sois comensales del hombre, por lo que estáis íntimamente vinculadas a su presencia, a sus desechos y basuras. Lo que yo creo es que deberéis cuidaros de esa cercanía peligrosa a la peor especie de mamíferos que habita la tierra.
Ahora, en mi final, recuerdo nuestro lecho de amor. Lo construiste cuando caí desde la superficie, con montoncitos de tierra extraídos con tu boca para cavar el gran túnel adecuado a mi tamaño que tuviste que construir, y nuestro lecho nupcial, acondicionado con pelos, lana, papeles y hojitas de lechuga. Todo ese recuerdo me nubla ahora el corazón, ya que te has decidido por otro cuerpo caído de ahí arriba, arrastrado por la vileza y la sinrazón ideológica (la dichosa guerra de la independencia nos trajo las ratas pero no la razón) y de las trampas de la codicia.
Tu olfato tan desarrollado; tu oído tan fino, tu amenaza y mi sumisión pusieron pronto de manifiesto el status de nuestro nido de amor. Te fuiste y ahora, echo de menos tu ansia roedora y me entrego a mi fin. Cuida de los pequeños forúnculos que tienes tras las orejas, no sé porqué sospecho que te los contagié yo. Ya tienes algo mío para recordar.

Tu despojo fiel

2 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

En cuanto a las ratas y al amor:

Me lo habéis pintado de color de rosa,
poetas románticos,
del color de las entrañas deshechas
de una rata destripada.

El amor envía mensajes equívocos,
espesa las brumas, niebla el magín
y deja señales en la cara de los amantes:

arroyos de lágrimas,
espinillas de cabeza negra,
erupciones purulentas,
acné.

Detrás del arpa polvorienta,
que permanece aún en el rincón,
hay sólo las manifestaciones
de la vibración incontrolada
de las feromonas.

Guillermo Escribano dijo...

Muchas gracias,Francesc
Me gusta más de lo que soy capaz de comentar en dos líneas.Frente a la hermosa armonía de las reacciones neuroquímicas y los destellos electromágneticos que podemos ver a través de un microscopio, los renglones pautados de la lírica romántica y sus sonetos me provocan molestia y urticaria. Pero es que ¡todavía hay quien llama a eso poesía!