sábado, 3 de julio de 2010

Al trote


El trote de las bestias era animoso y suficiente; la velocidad de la galera, la adecuada. Mi tío Basilio trallaba a las mulas con violencia en la cabeza, con ritmo mecánico. Yo, entre un trallazo y otro, trataba de distraerle, preguntaba impertinente sobre las faenas rurales y trataba de inocularle algún antídoto con mis miradas más enternecedoras. ¡Schuuupzzts! cantaba la tralla de nuevo. Llegados hasta un cansancio atroz, tras horas del cabizbajeo de los animales entre el polvo, divisamos las paredes blancas de la ermita. Mi tío nos regaló descanso y lió, a la sombra, su cigarrillo de picadura tras santiguarse ante la virgen. Han pasado cincuenta años desde esta escena y mi tío lleva cuarenta y siete descansando bajo un trozo de tierra roja en la Alcarria, pero esa mecánica enloquecedora e inútil me sigue torturando y a menudo me asalta cuando me veo entre las modernas bestias de carga, culpas en lugar de grano, miserables y obedientes, cabizbajas y humilladas; con este trotecillo inmundo del seguir.

No hay comentarios: