martes, 26 de enero de 2010

Memoria inservible


Se secó el sudor mezclado con tierra y hojarasca que le cubría el rostro. El humus, agradecido por el festín orgánico que acababa de suministrarle, se le abría a cada palada, dúctil y obediente. Hincaba sus sandalias en el barro, mientras una melancólica cítara le infestaba los oídos y una sombra oscura se cernía, desde lo alto de un árbol testigo, sobre su culpa. Se sentía un toro a punto de sucumbir bajo el graznido acusador de aquel pajarraco mitraico.
Acabó de compactar el relleno dando unos saltitos ridículos que provocaron la sonrisa del bosque, éste empezó a animarse. Se dirigió a la carreta, devolvió pico y pala a su lugar de descanso y con un mazo claveteó las dos tablillas, luego superpuso una pieza rectangular en la cruceta de ambas, y tras alargar los brazos al frente para ganar perspectiva, quedó satisfecho del resultado.
Con letra insegura de sí misma, pintó en la tabla el mensaje convenido:
Julia Dionisia, dulcísima niña, de tres años, un mes y siete días. Aquí yace. La tierra le sea leve. Tus padres, Cantono y Emerita, recordarán a su añoradísima hija.
Hincó las rodillas y clavó las tablillas en la tierra húmeda. Así son las aras funerarias que se pueden permitir los esclavos: no sirven para la arqueología.

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2 comentarios:

Ezequiel Martin Barakat dijo...

impecable!un abrazo y te seguiré. Ezequiel

Guillermo Escribano dijo...

Gracias Ezequiel. A mí me agrada mucho tu escritura y tu blog.
Un abrazo
Guillermo (mi nombre verdadero)