viernes, 13 de noviembre de 2009

Paranoia verde

Subo en el ascensor aflojando el nudo de la corbata verde y saboreando ya el ansiado descanso tras una dura jornada de 15 horas. Al final, entregamos el proyecto de renovables a tiempo y mañana me desquitaré durmiendo hasta el mediodía.
Al abrir la puerta unas notas lánguidas de piano perturban mi memoria. No he podido dejarme el MP3 funcionando porque al salir apagué la radio y hoy no venía la asistenta. En el lugar que debía ocupar la puerta de entrada al salón, veo unas tupidas cortinas de terciopelo verde. Abro las cortinas y frente a mí aparece una barra de bar, iluminada con tres lámparas verdes, que ocupa todos los ventanales que dan al jardín. Hay unas seis mesas esparcidas con unos pequeños pufs de cuero verde oscuro ocupados por clientes que susurran y beben, mientras escuchan a un pianista que toca la melodía que oí al entrar “autumm leaves”. Es un tipo canijo y calvo, vestido con chaqué, con carita de bebé arrugado al que alumbra un foco cenital con filtro verde.
Unas estanterías de cristal verde relumbrón decoran todos los ventanales tras la barra que atiende una chica vestida con un traje de gran escote de un color indeterminado, ajustado como una segunda piel. La chica tiene los labios y las uñas pintadas de verde. Me acerco a la barra y me siento en un taburete verde.

—¿Te pongo lo de siempre?
—Vale —sin imaginar qué será.

Prepara un brebaje a base de pipermín de un luminoso verde atravesado por un palillo con una guinda verde. Cuando me lo acerca deslizándolo por la barra, unos aplausos acogen el final de la pieza. El sapito pianista se acerca y se sienta a mi lado.

—Hola, Hans. ¿Mona me pones otra?
Parece que el sapo también me conoce. Me bebo de un trago el coctel y antes de dejar la copa en la mesa, Mona ya me coloca el segundo y un vodka con un colorante verde para el pianista.
—Hans, tienes cara de cansado. Te voy a poner a tono. ¿Quieres que te la toque?

Doy un respingo, lo que Mona interpreta como la orden de una tercera copa que se afana en preparar. El sapito se sienta de nuevo al piano recobrando su color verde con su copa verde. Parece ser que lo que me quería tocar era una pieza favorita. Ignoro cuál es.
Un travesti de dos metros, fibroso y musculado, vestido con minifalda de látex verde se acerca y me mira fijamente desde las alturas.

—Hans, que ojeras tienes, hijo. No deberías trabajar tanto. Mona, hijita, tiene la copa vacía, ¿Cómo puedes hacerle esto?
—Bueno, Lisa, lo cuidaremos como merece. —Ya tenía la cuarta copa delante de mis narices.

El sapo inicia los primeros compases del “Take five” ¡coño, si que sabía mis gustos! Yo adoraba esa pieza de Dave Brubeck desde que era un adolescente. Lisa saca un cortapuros de un rincón tras la barra y tras usarlo, me coloca un habano en la boca y me lo enciende con un par de fósforos verdes. Luego saca un polvo verde y hace un montoncito en la barra y traza tres líneas con una tarjeta de crédito verde. Mona y Lisa esnifan dos rayas. La tercera es para mí, pero al levantarme casi me caigo de bruces porque la bebida empieza a hacer su efecto. Esnifo mi parte, levanto la cabeza y ¡zas!, la siguiente copa ya está preparada. A mitad de puro me entran ganas de evacuar y me dirijo al baño. Todo está en su sitio, salvo que alguien ha usado y ha dejado abierto mi tubo de pasta dentífrica de color verde. Eso siempre me ha jodido, pero algo me impide cabrearme realmente. Estoy a gusto aunque un poco mareado.
Oigo unos gemidos en mi cuarto y abro la puerta. Ante mí aparece un culo negro como movido por un resorte que sube y baja a gran velocidad, le calculo unas 134 revoluciones por minuto, lo que no está nada mal. El culo forma parte de una montaña de músculos bajo la que asoman dos piernas largas abiertas en torno al torso del mamífero que sube y baja. Terminan en unos pies vestidos con unos tacones altísimos de piel de cocodrilo parecidos a los que tiene mi mujer. La lámpara de mi mesilla aparece cubierta por un foulard verde que mantiene una adecuada penumbra en la habitación.
Vuelvo al salón, pero antes, las nauseas me obligan a entrar de nuevo al cuarto de baño. Vomito una extraña bilis verde. Recojo y limpio lo que ha caído fuera de la taza con la fregona que escurro en su cubo verde. Recupero la forma, pero ya estoy cansado a estas horas. El sapito pianista me guiña un ojo amistoso y hace un gesto de asentimiento. Mona y Lisa me hacen gestos cariñosos, pero les grito diciendo que luego vuelvo. Realmente estoy muy cansado de estar en casa y me quiero acostar en un bar cualquiera de puertas y luces rojas.


Hans Holb
Safe Creative #1001135314153

No hay comentarios: