domingo, 1 de noviembre de 2009

Album familiar por orden alfabético: mi tío Gerardo

Gerardo Holbein tuvo que volver a Murcia por motivos de trabajo allá por el año 1981. Allí nacieron sus dos hijas pequeñas. Cuando nació la segunda chica, mi prima Herminia, encargamos a mi abuelo Florencio que le avisara del hecho, porque viajaba mucho. Mi abuelo era hombre parco en palabras. En cuarenta y ocho años sus hijos, Gerardo y Gabriel –mi padre –, habían cruzado con él sesenta y seis horas y treinta y ocho minutos de conversación completa. En el caso de mi tío Gerardo, el cómputo incluía las dos horas y once minutos que duró una discusión sobre una maleta con siete kilos de hachís que escondió bajo la cama cuando estaba todavía soltero. Bueno, para dar sablazos al abuelo tampoco hacía falta ser Demóstenes. Me tomó de la mano para que le acompañase a la cabina del hospital y llamó al hotel donde se hospedaba, marcó y luego hablaron así:

— Oye tú...—, de la boca de mi abuelo nunca había salido la palabra hijo.
— Dime...te escucho —, de la boca de mi tío nunca había salido la palabra padre.
— Que ya tienes otra... —, de la boca de mi abuelo nunca había salido la palabra hija.
— Ah, bueno,...vale... — tii…tii...tiii. Había colgado.

Tras ello, mi tío hizo las maletas y condujo desde Soria. Pasaría por Murcia, antes de seguir su ruta a Málaga donde tenía otro trabajito bastante urgente. Así podría pasarse un ratillo por el hospital y ver a madre e hija. También necesitaba que le reglaran la mira telescópica. Los errores de calibración en su trabajo se pagaban caros. A partir de entonces, mi tía Juanita estaba ya a cargo de cuatro mamíferos, tres eran mis primos, el cuarto, un perro caniche.
Años después, durante su continuo deambular por el levante, tomó unas vacaciones tranquilas, compartiendo su todavía modesta y modélica vida familiar con su mujer e hijos durante un mes y medio. Aprovechó para enseñar a los pequeños esas cosas que solo se aprenden en casa: algunos truquitos para ganar siempre al póker, hacer cócteles molotov, desarmar y montar una pistola con los ojos vendados y todo lo demás. La verdad es que mis tres primos han salido muy aprovechados en estas disciplinas.
Nunca olvidaré sus caras de alegría cuando me recordaban el día en que mi tío decidió hacerles el mejor regalo de reyes de sus vidas. Así me lo relataban, con inocente emoción todavía bastantes años después:
— Creo que nos sobra una habitación y el salón se ha quedado pequeño. Así que aquí tenéis un marrazo para cada uno. El tabique a demoler es exactamente éste —, dijo mi tío señalando con el dedo.
— Gracias, papá —, musitó mi primo Hernán, haciendo cálculos mentales sobre la resistencia de la estructura.
— ¿De verdad, papá...todo para nosotros? ¿No nos lo quitarás en un ratito para terminar tú?..¡como mooola!! —, aulló mi prima mayor Hortensia, agarrando el mazo a dos manos y sopesando sus posibilidades.
— Bueno chicos. La única condición es hacerlo mientras vuestra madre saca a la pequeña y al perro al parque. Se nos pueden manchar de polvo y yeso. No iréis a clase hasta que terminéis el trabajito — y, tras guiñarles un ojo cómplice, gritó:
— ¡Juana! ¡Juana! ¿Es que no me oyes? Coge a la pequeña y al chucho que nos vamos los cuatro a tomar el aperitivo al parque. Estos se quedan que tienen faena.
Nadie negará que fué un buen padre. Después de esto se marchó a reanudar sus encargos y dejó a la familia en Murcia, no sin antes mudarse de piso porque la casera se puso hecha un basilisco. Llevaba mucho tiempo inactivo y en el pueblo empezaban a mirarle mal.
Por aquellos días, mi tía Juanita, que era organizada y ahorradora, penso que los niños tenían pendiente dos comuniones — los mayores—, y un bautizo. Decidió, muy acertadamente, hacerlo todo junto.
Para entonces mi tío Gerardo estaba arreglando unos problemas en Ibiza. Fíjate tú... ¡en Ibiza…arreglando problemas de deudas y de casino en casino!...No creo que terminase de arreglarlos, pero las noches eran geniales. Los trabajitos anteriores en Tarragona y Castellón le habían dejado unas pingües comisiones y cambiaron su racha definitivamente. Le dio para enviar bastante pasta a su casa, pagar la parte de sus amiguetes policías y redoblar el valor de lo que se quedó. Había muchos primos en Ibiza, y eso salvó el pellejo al objetivo que había ido a buscar allí.
El caso es que él no fue a esa ceremonia conjunta, pues era un ateo muy firme y además en Ibiza se estaba fenomenal por entonces. Bastante después vio algunas fotos; lo que más le llamaba la atención es que en una de ellas aparecen mi bisabuelo Emeterio y unos amigos suyos, y uno de ellos — que regentaba una sastrería en la calle Platería de Murcia —, aparece peinando a mi primo Hernán.
Que cosas más extrañas nos depara la vida. Para él, según me contó al fin de su vida, esa foto era un arcano que nunca consiguió descifrar. «Hilario, dime... ¿Qué coño pintarían en un bautizo los abuelos peinando a Hernán en la comunión? ¿Lo sabes tú? ». Fueron las últimas palabras que pronunció antes de expirar.
Mis primos no acudieron al deceso, y todos lo entendimos, ¿iban a estar en la muerte de mi tío si éste no había estado en su nacimiento, bautizo, comunión o boda? La verdad es que siempre hemos sido una familia muy ocupada: por entonces ellos estaban haciendo diferentes encarguitos y recados por toda Europa porque se habían hecho cargo del negocio familiar que ya era una multinacional del sector y se codeaba con las mejores. En la web de la empresa FCYRI.com aparece la foto de mi primo Hernán con el pelo perfectamente engominado y muy elegante, explicando qué es la Fundación Cobros y Repasos Internacional y dando algunos datos de los recursos humanos y armamentísticos de la compañía.
A mis hijos Ignacio, Irene e Inocencio y a mis sobrinas Ivone e Iris que vienen a pasar las vacaciones a España, se lo tengo dicho: mi tío era todo un carácter y un tipo estupendo. Yo lo quería tanto como a mi propio padre.

Hilario Holbien, en un casino del Levante.

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