viernes, 27 de enero de 2012

Arbolado


El árbol del poema bíblico es falso
como su sombra asediante
ruines su frutos cadavéricos
el bufón ciego y las conclusiones
árbol de la ciencia, pues mentira
es el bien y mentira el mal
cobijados bajo el cielo perplejo
ante la iracunda rabieta de un dios
desmotivador y colérico.
Seguimos condenados al sudor
a vender nuestro tiempo y penar entre
los escombros de las creencias
¿quién reparará todas las ánimas
herniadas en el vendaval
de la lucha por permanecer?
¿dejaremos de revolcarnos en la
basura fósil del capitalismo?
¡no hay libertad que sustente
miles de millones de soliloquios
murmurando al unísono!
Maldito sea el día en que el primer
hombre meó sobre el árbol de la ciencia
del que tan orgulloso estaba
su engreído creador.

Si sobrevivir es malversar lo vivido
y enjaularse entre quimeras
¿para qué soterrarnos en estiércol
y llamarlo revolución o flor?
¡muñecos mecánicos dementes
sus carcajadas lunáticas dominan
todas las filosofías de la naturaleza!
mientras reclamamos imbéciles
derechos a sobrevivir en las heces
del mundo que hemos traído
eligiendo, creando, recreando.

Sobresaltan el duermevela del estar
todas esas mujeres perturbadas
que conducen a las curvas malditas
sin freno, con sus locuaces acelerones.
Histéricos hincamos las uñas en su piel
aferrándonos frente al precipicio inminente
aunque al final damos volantazo
a los días, pero ahí está el árbol.

Y sale el hombre invisible, cubierto
con la capa mágica mientras
el árbol vigila sus espasmos
tratando de huir de la mujer pirada
la cabeza de ella en tres porciones
hermoso tricornio de exequias.
Cuando el hombre quiere huir
cual paramecio, el árbol le descubre
porque asoma el gorro frigio
de su cerebelo republicano.

El árbol es falso, como el hombre
como el poema que no reconoce
que está escrito con resentimiento.

Pero hay árboles dentro de las pupilas
sedosas, liquidámbar, velas de colores
y pétalos de flores en el cementerio
de Chichicatenango donde los chamanes
nos protegen de los malos dioses y sus
árboles infernales vegetando en el río
del magma de esta civilización cretina
¡Ah, que difícil es sobrellevarse a los
pies del volcán y sus efímeras volutas!
Pero si el árbol del paraíso te dice algo,
créelo porque no hay paraíso y porque
los árboles no hablan a desconocidos

Paseaba un día cuando el árbol me habló
yo iba camuflado como reptil en la selva
asfaltada de la ciudad donde malnací.
el árbol del poema es falso – me dijo
Como la libertad del hombre en un mundo
gobernado por hombres, que viene a ser
como vivir rodeado de volcanes al borde
de un lago de hielo, falso – continuó.
Lárgate de aquí, vete a la selva de Petén,
De donde desaparecieron los hombres
En el siglo sexto antes de Cristo.

No tenía ganas de escuchar el sermón
de aquel árbol. Eres madera mala,
no vales para un mueble – le contesté,
cuando, ante la escalera mecánica
de entrada al metro, ví con claridad
las cabezas rodando como las sacrificadas
en la pirámide del Gran Jaguar.
Allí vi que los andenes de hormigón
se habían convertido en selva subterránea
Me observaban atentamente los tucanes
me cantaban los monos aulladores
todo está enterrado, todo está enterrado
pasarán siglos hasta que los arqueólogos
del futuro desbrocen toda la maleza
que hemos creado entre la basura
de occidente y los humos de la vanidad
¿Qué pensarán de este laberinto interior?
¡Selva, selva, sigue engullendo civilizaciones!

El árbol es falso, como el hombre
como el poema que no se reconoce
entre los azulejos de los retretes.

Alpedrete, Enero de 2012
© Guillermo Escribano Morales



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