viernes, 15 de octubre de 2010

En la piscina del Rock Hotel


—Dedicándose al mantenimiento, yo más bien diría que un cuervo—el paréntesis de S. D. Warnock lo hizo de pie, con su mano apoyada en el hombro de Neville en un gesto de despedida— En algún sitio he leído que los cuervos de Nueva Caledonia manejan las herramientas con más propiedad y acierto que los monos. Parece que son las nuevas estrellas del bricolaje. Quizá escogimos la peor rama en nuestra evolución. No me haga mucho caso, detesto a los monos casi tanto como a su herencia evolutiva. Fíjese, están por todas partes. Usted es inglés y debe saberlo, la leyenda dice que Gibraltar será colonia hasta que desaparezcan los monos de la roca, pues bien; a cuidarlos y proliferarlos nos hemos dedicado tres siglos. Superchería, credulidad…no lo sé mi me importa, pero estos monos son asquerosos. Y ahora, amigo, tengo que dejarle, asuntos financieros me reclaman. Pero quedamos emplazados el sábado ¿el aperitivo, quizás? Me interesa la historia de ese cuervo, pájaro cagou o loco alemán.
—El sábado es buen día. Sí señor. — Neville correspondió mezclando también alguna
palabra en español.


Cuando Warnock desapareció de la escena, hice de mis tímidas tripas inquisición y me lancé hacia Neville, con aquello de no había podido evitar oír su historia, que creía que estaba hablando de un viejo conocido, que si me aceptaba una invitación. Que yo era español y estaba descansando unos días, tras asistir como ponente a un Congreso Interuniversitario en Cádiz.


—Cambiemos de escenario, amigo. Tengo que estirar un poco las piernas. La edad. La terraza de la piscina del hotel, bajando esas escaleras, está muy acogedora ahora. De camino me cuenta lo que sepa usted del alemán. Debe tener en cuenta que yo solo hablé en dos ocasiones con él. El resto lo me lo contaron los compañeros y camareros del Mèridien, pero, imagine, en aquella isla todo se sabe.

En el camino hacia la piscina de agua salada le hice un esbozo de la naturaleza de mi amistad con Holb y una descripción del último aspecto que recordaba de él.


—Es el mismo hombre, sin duda ¿Cómo ha dicho que es su verdadero nombre?
—Holb, Hans Holb. El apellido se lo cambió, el original era Holbein. Doctor en Ciencias Físicas. Abandonó la investigación y la enseñanza, convencionales...por decirlo de alguna manera.


Nos acomodamos en una mesa de la piscina. La lluvia había espantado cualquier vestigio humano, salvo al camarero, por fortuna. Ordenamos unas copas y Neville prosiguió:


—Ese alemán que se hacía llamar Otto se acomodó bien y empezó la construcción de una piscina panorámica, bien oxigenada y luminosa con las paredes de cristal. Alrededor de los cristales un corredor permitía a los visitantes ver las evoluciones de los delfines y sus cuidadoras bajo el agua, sin duda más atractivo que los socorridos saltos sobre superficie y esas cosas. Debe tener en cuenta que los turistas y famosos que se dejan caer por allí son muy selectos. Apenas se terminó la inauguración, el dueño de las instalaciones, Iamel Kabeu, murió dejando todo a sus dos jóvenes hijas. Estas llevaban técnicamente el
negocio desde hacía tiempo y no hubo interrupción del show. La mayor de ellas, Du, era la entrenadora de los delfines y su hermana pequeña, Kuahupa, llevaba la taquilla y la megafonía explicativa de los textos que su hermana escribía. Las charlas resultaban fuera de lo común, basadas en investigaciones recientes, como al hablar de la sexualidad de aquellos animales "Parecen hacerlo por el placer sexual o afectivo" afirmaba Kuahupa y continuaba, “siendo esta una de las pocas especies que realiza actos sexuales sin finalidad reproductora.” En otros casos contaba, mientras los delfines entrenados lo demostraban, diferentes prácticas homosexuales. Yo fui testigo en varias ocasiones del espectáculo divulgativo. Creo que tomaré otra copa, amigo. Yo invito esta ronda. — Neville parecía lechuga fresca, mientras que yo era un boniato saturado de alcohol a esa altura de la tarde.
—Bueno, ese demonio alemán, se hizo con las dos chicas y según me contaron, crearon un trío enfermizo y pecaminoso. Pero los tres, ignorando todo, parecían radiantes de felicidad. Los nativos kuníes nunca lo tomaron a mal porque su moral, de natural promiscua, lo admitía.
—Ese es Hans Holb. No se puede amar, en general, a una sola mujer a la vez. Solo conozco en su vida una trágica excepción. Es una de sus teorías.
—Investigaron duro, y parece ser que intercambiaban datos con un equipo brasileño que hacía lo propio con la sexualidad de los delfines en la Isla de Fernando Noronha. Empezaron a frecuentar la piscina de noche. Los tres nadaban entre los delfines imitando gestos y actitudes. Luego dormían por la mañana y reanudaban la actividad al público por la tarde. Según testimonios del tal Otto, sus investigaciones no tenían un objeto concreto, pero si usted conoce a ese hombre, sabe de sus pertinaces maquinaciones. Una noche, al abandonar la piscina, Kuahupa emitía un olor muy especial, a pescado fresco. Al mediodía siguiente, los tres estaban sentados en la terraza del Mèridien y el camarero
oyó decir al alemán algo así como “Eso era. Lo hemos conseguido. Ahora te toca a ti”. No piense usted que se habían vuelto mamíferos marinos, aunque casi, no. Era otra cosa que pudimos comprobar pasadas unas semanas. Estoy agotado. Ayúdeme a subir esas malditas escaleras, el camarero me meterá en la cama. ¿Está usted el sábado por aquí? Podemos tomar el aperitivo con mi amigo Warnock y les cuento como termina la historia. Es muy rico y un hombre muy interesante. Le gustará, amigo mío.
—Pero, eso es una putada, Neville. Bloody hell! En fin, nos veremos el sábado.


Le dejé en la recepción en manos de Joselito, el artista del cocktail lounge del Rock Hotel. Una mezcla de decepción, impaciencia y bruma etílica se apoderó de mí y me dejé caer en un sofá.

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