Caradura
No tenía que afeitarse la cara, pero lo estaba haciendo el muy capullo, lo hacía dos veces al día. Irrumpí en su apartamento. El anillo de diamantes que había regalado a Elsa me fué muy útil para trabajársela porque era un caradura. El próximo ya sabe que con la mujer del jefe no se tontea.
El filo de la navaja
No tenía que afeitarse la cara, pero sujetaba la navaja observando la hoja. Recordó su vida entera, paseada siempre por el canto entre la vida y la muerte, el filo de la navaja. Balanceó la cabeza lo suficiente hacia el lado oscuro. La decisión estaba tomada.
Rasca
No tenía que afeitarse la cara. Sus mejillas ya no rascarían aquellos muslos atenazantes que, con un juego de caderas de elegante porte, se habían largado lejos sin dejar aviso.
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