sábado, 12 de junio de 2010

El vigía de la siesta

Detalle del San Jerónimo de Caravaggio (1.605)
-0-
En la hora tranquila de la media tarde, en una aldea callada y fresca, con el diapasón de una mecedora solitaria y viva que marcaba el ritmo del sueño, respiraba el olor húmedo de las nubes de cabeza negra y miraba fijamente unos manojitos secos de heno que bailaban el candombe. Tenía ciento veintitrés años, doscientas setenta y ocho arrugas en la piel y apenas le quedaban unos ochocientos cuarenta pelos entre la cabeza y la barba blancas. Era el vigía de la siesta y en estos instantes previos al concierto natural, se rascaba el mentón y esbozaba un ronquido demoniaco causado por el esfuerzo muscular. Pensaba en aquel día remoto en que no tenía que afeitarse la cara y antes de bajar el brazo, comenzó la tormenta.
Nunca aparecieron los cuerpos, no quedaron restos de la aldea, sepultados bajo el barro tras la avenida conjunta de los doce barrancos.

Pasaron muchos años, se construyeron doce pantanos y sistemas de riego y en el viejo valle floreció una ciudad industriosa, moderna y vertiginosa. Ya nadie se acordaba del origen de la Avenida de Barrancos que atravesaba la ciudad de punta a punta. Los jóvenes la recorrían con sus motocicletas petardeantes y la música estruendosa acompañaba sus borracheras y locas carreras de coches hasta la plaza de las Doce Presas.

Un anciano, momia arrugada y lampiña, se arrastraba con un bastón a la hora de la siesta. El bullicio del tráfico y de los centros comerciales, en saldos y rebajas, de la avenida, embrutecía el ambiente más que nunca. La ciudad era un Moloch descomunal y todos sufrían una implacable sordera ante los cánticos de la naturaleza. El anciano vigía levantó su mirada hacia la cordillera, vio la primera presa reventada y la avenida de las torrenteras que desbordaban las otras inferiores que reventarían inevitablemente y sonrió recordando aquel día remoto en que no tenía que afeitarse la cara. Sonaron las primeras sirenas de alarma. No fue la tormenta esta vez, ni la naturaleza se cobró venganza. Fue un error de cálculo de estructura y resistencia de materiales de unos ingenieros que se afeitaban todos los días.

No hay comentarios: