domingo, 14 de febrero de 2010

Cierto Concierto

Imagen cedida por DamasArt © bajo licencia Safe Creative
Son unos ochenta músicos en la orquesta y veinte de ellos, mujeres. Pero solo tengo ojos para ella, ¡si acaso supiera que he cambiado mi abono para ver mejor sus piernas y oír mejor su violonchelo entre los ocho que forman hoy el elenco!
Los hombres apoyan su instrumento en un ángulo inclinado, como si sentaran en su rodilla izquierda una lolita impertinente y tierna. Ella lo sostiene casi vertical, entre sus piernas desnudas, abrazándolo, inmovilizándolo, con los muslos. Las volines y violas de la orquesta suelen vestir con sus pantalones negros, de moderna etiqueta. Ella, violonchelo solista, siempre viste falda y abre el compás de sus piernas con generosidad. He necesitado dos temporadas para poder asegurar que, sin duda alguna, no lleva bragas. ¡Cuántas veces he soñado ser esa madera, barniz rojo, y ser envuelto por sus piernas! ¡Hasta he creído sentir la dulce presión en mis omoplatos del punzón de ébano, como el diapasón, de sus pezones!
Toca exhalando su desorden interno, su calor, su furor y así marca la raya sinuosa, de claroscuros de la pieza de La primera noche de Valpurgis de Felix Mendelssohn. Y mi excitación va en aumento, aunque eso debería ser ya algo familiar. Su mano maneja mi arco, de madera de Brasil, con inusitada furia, estamos en un allegro con fuoco, frotando las venas de Mongolia de mi prepucio sobre mi nervatura de titanio y haciéndome gemir. Alguien chista a mi lado. Apoya su dedo meñique, delicadamente, en mi glande. La obertura termina en este momento y ya suena el coro de los druidas:
¡Ardan las llamas a través del humo!
¡Celebrad el antiguo grito sagrado de
alabar allí al padre del universo!
¡Arriba! ¡Subamos a lo alto!
Estamos apenas en la segunda escena de esta composición, nos quedan ocho más y allí sigue ella, toda la sección a sus espaldas, delictuosa, convirtiéndome de nuevo en objeto de su fuego continuo. Empiezo a sentir al final de mi espalda, a la altura donde sus rodillas hacen presa en mis caderas, el contacto de su sexo, que imagino pulido, depilado, rosado, abierto y expectante. Siento ahí, al comienzo de mi culo, el humedal prístino de donde nació la inspiración de Mendelssohn.
Imagino que yo, su violonchelo, cobrando vida por el conjuro del que mi lutier solo fue un medio, me vuelvo hacia ella y la violo allí, en presencia de la orquesta y la audiencia. Porque ¿que es un violonchelo, más que un violón más pequeño? Al terminar, aplaudí a rabiar y corrí hacia los lavabos para limpiarme.
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Febrero 2010
© Hans Holb

1 comentario:

Danik Lammá dijo...

Con la imagen de DamasArt REDONDO que par de genios!