Hygieia, mujer ideal

Intentaré explicarles la causa de mi trastorno, aunque no me resulte fácil. Soy un hombre idealista en su sentido platónico y eso me causa no pocos problemas con las mujeres, o más bien debería decir con la mujer; ya que, debido a mi búsqueda incesante e implacable, solo hay una mujer: mi mujer ideal.

Como es lógico, ella se repite incansablemente y ese es mi ora pro nobis, tanto es así que he tenido quince novias idénticas entre sí. Con apenas un ligero matiz en el corte o el color del pelo, pero todas con hermosos sentimientos; así son ellas. Todas se llaman Hygieia por añadidura. Por lo demás, mis amigos y familiares insisten en que son la misma chica y que estoy loco. Mi madre, cada vez que llevo a casa a una de mis novias nos mira a los dos de arriba abajo, y esboza una leve sonrisa; la pobre es tan pacífica y calma como una cebolla que echa raíces en cualquier sitio.

Pero yo les aseguro que son personas distintas, aunque todas piensen de modo parecido sobre las cosas que nos rodean. Con tanto entrenamiento, conozco mi ideal hasta el punto de que puedo adivinar lo que ellas piensan. Así, con mi antepenúltima Hygieia tuve esta conversación:

—Mira ese árbol, Hans. Cuando un algarrobo pierde todas sus hojas, pero conserva sus frutos, parece un árbol de Navidad, —me dijo un día de Diciembre, y tomándome la mano, prosiguió—pero de una Navidad espectral, triste, gris y miserable.
—Cariño, siempre he sabido, desde antes de conocerte, que a ti los algarrobos de diciembre te parecían tristes, grises y miserables; como árboles de una Navidad espectral —contesté.

Y claro, cuando decía una de estas cosas, me tomaban por chalado y allí volvía a estar yo: buscando otra Hygieia, que fuera idéntica a esta Hygieia, que era idéntica a la Hygieia anterior. Creí que con el paso del tiempo me curaría de tamaña desazón, pero hete aquí que todo sigue igual, si bien ahora estoy pensando en pedir la mano de Hygieia y espero que acepte pronto, no vaya a ser que me encuentre otra Hygieia por ahí.

Hans Holb