sábado, 17 de marzo de 2012

Moscardón
















Polvo. Limpia a fondo de los estantes del papel vivido
¿Por qué tengo tres ediciones de “El hombre fulminado”?
No lo sé. Creo que ni el mismísimo Cendrars podría contestar
A esa pregunta que me hago, mientras un moscardón intenta
Una huída espantada chocando insistentemente
Contra el cristal de la ventana sucio y polvoriento.
No obstante conservo intactas mis dos manos, cierta visión
Y una lengua bastante inquieta para torturarme con asco.
Es cierto que debería organizar la estantería evocadora,
Volver a leer, a través de la embocadura, bajo el diodo de
Una cereza, en el sexo abierto del único poema sabio.
No es menos cierto que debería humedecer con saliva
Mis dedos y pasar las dos páginas del único misterio.
Así, con la boca entreabierta, con la mudez retórica de mis ojos,
Antes de entrar en el abismo que se oculta tras las dos hojas.
Las dos puertas del sueño que cantó Virgilio, cual historia
Que nos cuenta todas las demás y como se cocina el hombre.
Cuando el moscardón en un alarde imposible atraviese
El cristal, saldré. Saldré y mediante una imposición de manos
Obraré el gran milagro: curaré todas las llagas, todos los eczemas
Del mundo. Pero antes necesito el poderoso elixir que siempre,
En estas horas malditas de polvo y tedio, ya no me queda.
Daría uno de mis hombres fulminados por un mechero y una
Botella de vino. Saldré. Antes de que se oculte el sol, saldré.
Como el moscardón, a buscarte.

© Guillermo Escribano

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