Ahí, interpuesta
y alargando súbita la cabeza
en nuestro
tráfico matutino, de ridículo errar.
Sin saber
con exactitud si pedir un cigarrillo,
o algo para
fregar su garganta con cerveza
Ancha en la
calle ancha, alacena polvorienta,
surcos y
estrías, marcas de imbecilidad en la cara,
rizos
coléricos entre el estropajo de su cabeza,
arrastrando
su pellejo contra el tedio, sedienta.
Y vivimos los
mismos paradigmas de veinte siglos
Con ojos
espantados, en la cáscara de la civilización
tras los
susurrantes soliloquios de otros mundos
tan idiotas
como este, periódicamente impuro.
Y musitamos
las infames calumnias sobre la belleza
y su abyecta
relación con una mundana simetría,
como cálculo
hipócrita de lo abstracto, amando
las
paradojas de lo clásico y traicionando la tradición.
Ella, confundida
ante una leve sonrisa, y amable
se atrofia dentro
de sus limitadas entendederas,
labra los
surcos en su gran cabeza para sembrar
la luz de la
inminente necesidad de lo razonable.
Como una
ameba surge uno y otro día de humores,
Como una
ameba que nos roe, y deja la estela marginal,
en las
lindes de nuestras impostadas naderías sociales.
Al servicio de nuestra inútil aspiración a
hombres.
© Guillermo
Escribano
1 comentario:
Muy bien, Guillermo, es un poema que puede llegar a dibujarse. Precisión en el detalle. Felicidades, muy buen poema.
Salud
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